Para sorpresa de "mi hermano", que fue el que me incitaba con aquellas frases de psicópatas, lancé los látigos hacia su cuello y lo elevé en el aire.
A partir de aquel momento todo era fácil, todo era sencillo. Podía dar fin a todo, con tan solo un apretujón. Con tan solo un poco de fuerza. Tenía entre "mis látigos" (que inverosímil suena eso) al asqueroso, cabrón e hijo de puta, que había liado todo. No obstante era mi hermano... mal momento elegí para entrar en un dilema moral.
Mi vida se había reducido, dentro de lo que recordaba, ha ser el compañero de la muerte. Cuantas batallas bélicas, cuantas familias destrozadas solo por ser del bando perdedor; y todo para nada. Nada había servido para conducirnos a un mundo mejor. Al contrario.
Pero la muerte de aquel cabrón significaba el fin del régimen, el fin de la encarcelación, el fin de la muerte de todos los inocentes, que el único error que habían cometido, era el haber nacido en aquel caos. Es decir, conseguiría, aunque suene irónico, lo que se supone que habíamos buscado con la guerra, la paz y el amor. Esa era la teoría.
Pero la gente cambia, y nunca sabes como reaccionar ante una nueva situación, hasta que la conoces. Y la venganza la conocía yo, demasiado bien. Matándolo, no solo no iba ha arreglar lo desarreglado, sino que además iba a pasar, automáticamente, a convertirme como él.
En medio de todo, un agraciado sentimiento surgió en mi interior. Aquel idiota, era la única familia que me quedaba, por muy cabrón que había sido, yo no era el apropiado para matarlo.
Me había hecho mucho daño, pero en aquellos instantes, no era la ira la que me invadía, era una sensación de vacío, de soledad. Una sensación de quedarme solo ante la tempestad y no saber cual es el camino...
No tuve huevos de matarlo...
Lo solté.
Comenzó a respirar con rapidez. Le faltaba el aire.
-No entiendo nada... ¡Pero ahora mismo me estas obedeciendo! ¡NO HE LLEGADO TAN LEJOS PARA FALLAR AHORA!
Los látigos se recogieron y volvieron a entrar al interior de mi cuerpo. Me quité el extraño casco y miré los ojos de mi hermano, quien también se había quitado el casco.
-Se acabó. No pienso seguir con ésto.
Me miró incrédulo, y con expresión de indiferencia.
-¡Vas a seguir haciendo lo que yo te diga! ¡El parásito debería controlarte, aunque no lo hace, aun está dentro de ti! ¡No pienso que estropees mi plan de matar a toda la escoria que me molesta!
Los soldados que nos acompañaban, observaban la escena sin comprender nada.
-¡Kevin, vas a morir! Ya es solo cuestión de horas. El parásito completará su ciclo y saldrá de ti. No sé que es lo que habrá fallado, tal vez sea que antes de salir se ha desconectado de tu cerebro. La cuestión es que ya no tiene caso rendirse y decir basta.
-¡Cállate! ¡Estoy hasta los cojones de todo ésto! ¡Eres un puto loco de mierda! ¡Da gracias que los últimos sentimientos de amor los halla tenido hacia a ti!
-¡Qué conmovedor! El gran Kevin, el carnicero de la batalla, quiere mucho a su querido hermanito, y por ello no a podido estrangularlo -dijo descojonandose.
De repente un sonido apagó la voz de "mi hermano". Lo peor fue que el sonido provenía de mi barriga. Sentí como dentro de mí, algo se movía e intentaba salir... a la fuerza.
Los látigos volvieron a salir, los extremos penetraron en mi cuerpo perforando mi piel con nuevos agujeros. Trataban de sacar lo que había dentro de mí. Así fue, después de varios quejidos por mi parte, sangre derramada y vísceras, el parásito salió despedido de mi cuerpo, cayendo a los pies de "mi hermano", tras varios botes. Ahora la expectación de los soldados acompañantes, era máxima.
-¿Pero qué? -"mi hermano" se sorprendió al comprobar que el parásito yacía en el suelo... muerto.
Me apoyé sobre una de mis rodillas, sorprendido por seguir con vida y con metro y medio de intestino fuera. Comencé a escupir sangre, mientras la saboreaba entre mis labios. Las lágrimas fueron intensas, seguidas de sensaciones de cansancio. Mi muerte estaba por venir. "¿Qué coño ha pasado?" escuché decir.
Entonces cuando nadie se lo esperaba uno de los látigos, que el parásito contenía inmóviles en el suelo, atravesó la yugular de "mi hermano". Cayó, desangrándose, al suelo.
Ahora los dos yacíamos en el suelo, agonizantes y a punto de morir...
-...Kevin, nos morimos...
-Michael -recordé su nombre-... te perdono todo lo que has hecho...
Escupí sangre de nuevo.
-...No... tienes porqué... -hizo una pausa, mientras aun seguía desangrándose-... hay una cosa que te borré y no te contado... todo lo que he hecho..., todo lo que he llegado a hacer y a ser... -comenzó a toser-, ...fue idea tuya...
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