-¡Que comience el fin! -exclamó.
Yo no tenía noción alguna de tiempo, así pues no sabría decir ahora, cuanto espacio pasó desde que "mi hermano" se diera cuenta de que el parásito ya me dominaba; hasta aquel instante en el que comenzó ha "amaestrarme", para que hiciera todo lo que pasara por su cabeza.
Yo ni sentía ni padecía, era una sensación extraña, por la que supongo que nadie habría pasado. Estaba ahí, como un sonámbulo, el cual era informado al instante de todo lo que pasaba a su alrededor, pero que sin embargo, no podía mover ni un meñique. Cada vez me sentía más débil, y cansado. El parásito me consumía poco a poco, para él sobrevivir...
Una de las situaciones que recuerdo, en aquellos instantes, es cuando me encontraba en los vestuarios con más soldados. Ellos hablaban de sus cosas y tal. Mi cuerpo actuaba por sí solo conducido por el parásito, pero todo lo que llegaba al cerebro, me llegaba a mí. No sé como explicarlo, simplemente era como si yo estuviera apartado en el basurero del cerebro y todos los deshechos me llegaran una vez usados. Pues bien, los soldados hablaban mientras mi cuerpo se vestía con aquel traje negro, tan característico de los soldados de "mi hermano".
Yo intentaba concentrarme, y tratar de controlar mi cuerpo, pero era inútil. "Él", seguía a su bola.
Me había puesto los pantalones (que eran como de goma pero impenetrables por una bala), bastante cómodos la verdad; me calzó una botas pesadas, también negras; luego la parte de arriba me la cubrió con una coraza, más resistente que el resto del vestuario; y por último, después de ponerme unos guantes, me colocó el extraño casco que todos llevaban. Era bastante sofisticado por dentro. Permitía una visión nocturna (en la que primaba el color verde) y térmica, y también posibilitaba la comunicación vía oral, con otros soldados.
Una vez con aquel uniforme, era imposible reconocerme del resto de soldados.
Uno de ellos, se acercó, una vez que terminó de vestirme.
-Bien, ahora harás todo lo que yo te diga... -era la voz de "mi hermano"-. Tenemos una misión: matar renegados. Al suroeste de aquí hay una granja en ruinas, uno de los Kevin, a dado la voz de alarma en una misión de reconocimiento. Dice que están fuertemente armados y atrincherados; necesita refuerzos. Es una buena oportunidad para probar tú potencial.
Salimos todos en fila del vestuario, y fuimos a parar a una especie de hangar futurista, donde se encontraban aquellos sustitutos de los viejos helicópteros. Nos montamos en uno de ellos y nos alejamos de las instalaciones. Pude comprobar que nos distanciábamos de "Asus City".
No sé cuanto tardamos en sobrevolar el desierto y llegar hasta la granja, solo sé que se oían disparos al llegar.
Bajamos todos del helicóptero, y mi "querido hermano" (oculto tras el traje de soldado) se aproximó a un tipo. Quedé perplejo, al observar que era exactamente igual que yo. Su expresión, su forma de hablar, su voz... todo era exactamente igual.
Aquel clon mío, puso al día a "mi hermano", luego éste último, retrocedió y se dirigió a mí.
-¡Bueno, mi momento de gloria a llegado! Por fin voy a comprobar si soy un genio, ¡ja, ja! ¡Ve ahí y mátalos a todos!
Mientras hacía lo que me dijo en contra de mi voluntad, oí como el clon le preguntaba si se trataba de "el parásito".
Andaba hacia delante, sin pausa, me sentía cual marioneta manejada. Los disparos de los renegados atrincherados en aquella granja, comenzaron a silbar por mis dos extremos. Varios incluso impactaron en mi traje. De repente, mi cuerpo se detuvo. Los renegados dejaron de disparar... Miraban con los ojos exorbitados, buscando una explicación que les hiciera creer el porqué de que un tipo hiciera lo que mi cuerpo estaba realizando: exponerse sin resguardarse, a una muerte segura.
Todo fue muy rápido, no sentí dolor, ni nada por el estilo. De mi cuerpo salieron, como látigos oscuros, que se movían violentamente en todas las direcciones. Un ruido agudo provino de mi barriga. Los renegados comenzaron a disparar contra mí, sin compasión. Los látigos se estiraban como un chicle, llegando a alcanzar varios metros a la redonda. Capturaron a varios renegados que fueron zarandeados en el aire y asfixiados. Así siguió el parásito hasta que casi mató a todos los renegados visibles, a las puertas de la granja.
-¡Entremos! -escuché.
Una vez dentro, los soldados hicieron su trabajo; matar y más matar, a todos los presentes.
Los látigos, más retraídos, se lanzaron rápidamente contra una persona. La levantaron en el aire y comenzaron a asfixiarla. Pero aquel asesinato fue diferente. Comencé a percatarme de que algo iba distinto. Me sentía como viajando hacia delante y hacia detrás, en una constante lucha hacia la liberación. Pude mover mi mano derecha con mi propia voluntad. Algo iba mal...
De repente el renegado se estrelló contra el suelo, y comenzó a toser y a respirar con facilidad de nuevo, al sentir que los látigos ya no le oprimían el cuello.
-¿Pero qué estas haciendo? ¡Acaba con él! -oí detrás mía.
Podía parpadear de nuevo, dejar de inspirar y volver a espirar de nuevo, a mi antojo. Pude mover la mano izquierda, la pierna derecha, al igual que la izquierda. Volvía a tener el control.
-¡No me has oído! ¡Mátalo!
Para sorpresa de "mi hermano", que fue el que me incitaba con aquellas frases de psicópatas, lancé los látigos hacia su cuello y lo elevé en el aire.
Continuará...
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